Un poco de Mickey, descongelándose, y un poco de O’Rourke, después de Barfly (la película donde hace de Chinasky). Eso me sentí. Primero el alterador sonido: kkjjjcrashssss. Despuès el olor. Correr por si se cortó con la jarra de cristal. Allí estaba, inmóvil, shockeada. Como puede reaccionar una niña de 3 años ante el inaudito estallido de una bomba. Pero lo que se derramó en el piso era parte mi guerra química. Un litro de ron blanco cubano. Con el pico degollado intacto, el culo amenazante con sus pùas apuntando al cielo, el cadáver de la botella entre hija y padre. Revisé sus manos y no había rastro de sangre. Otra vez el que sangraba era yo. El borracho paladeó la sed y gritó de furia. Mi hija grito también. Compartimos el horror de lo desconocido. Fui severo y culposo. Una mezcla drástica para mi estado emocional atado con deshilachados piolines.
Esa noche no conté los vasos, fueron cerca de una decena de mojitos. Hasta llegar a esa misma ruinosa borrachera. Tirado en el piso de un pub. Escuchando Sumo. ¿Dónde estoy? ¿es 1988, 1998 o 2008? ¿estoy en El Galpón, Luca o en algún antro moderno retro?
La descompensación llega. La conciencia se volatiliza. Todo hace efecto. Caigo en picada deslizándome por el veneno que inyecté en mi sangre. Es de noche. Hay amigos. Pensé. Y presentí la implosión hepática. Cerrando los ojos traté de comunicarme con mi órgano visceral. Meditación etilizada en medio cuerpos tan intoxicados como el mío. Pero pude escuchar su voz grave.
El hígado me dijo: “Yo soy el portero, ese que trata de impedir el paso del veneno, no solo el que ingieres por la boca, sino también el que infecta el espíritu: cada palabra mordaz me obliga a combatirla, cada ira contenida me carcome, los inesperados ataques del mundo vienen a golpearme, y yo hago lo que puedo para preservarte, solicitando tu atención con pequeños dolores, aumentando la secreción de mi bilis, almacenando vitaminas. ¡Dame la fuerza suficiente para impedir el paso a los demonios de la gula, de la envidia, de la decepción! No te conviertas en mi enemigo, no me ataques con sustancias que no puedo asimilar, no sólo eres lo que comes sino que también comes lo que eres”.
Toda la energía viscosa y primigenia de su voz se concentró en la glándula pineal, en un triángulo incandescente por el que salió expulsada todo la materia tóxica. Alcancé a dar dos pasos mientras subía la marea interna arrastrando el desastre ecológico, la podredumbre, la contaminación, de esos días. Y vomité, chorros, sólidos y líquidos, hasta llegar a espasmos de hiel y dolor.
Desperté en una habitación. “Otra vez pateando vasos rotos en piezas ajenas” (Luca seguía dictándome inefables palabras). Me asomè por la ventana. Daba a una calle. El cielo plagado de nubes, los edificios parecían moverse con el viento. Ví mi auto estacionado correctamente. Empecé a juntar mis cosas. Mi anfitrión roncaba en sol mayor. Sobre la mesa un libro de Bukowski. Me quedé leyendo y fumando, respirando y callando, entrando y saliendo…
Esa noche no conté los vasos, fueron cerca de una decena de mojitos. Hasta llegar a esa misma ruinosa borrachera. Tirado en el piso de un pub. Escuchando Sumo. ¿Dónde estoy? ¿es 1988, 1998 o 2008? ¿estoy en El Galpón, Luca o en algún antro moderno retro?
La descompensación llega. La conciencia se volatiliza. Todo hace efecto. Caigo en picada deslizándome por el veneno que inyecté en mi sangre. Es de noche. Hay amigos. Pensé. Y presentí la implosión hepática. Cerrando los ojos traté de comunicarme con mi órgano visceral. Meditación etilizada en medio cuerpos tan intoxicados como el mío. Pero pude escuchar su voz grave.
El hígado me dijo: “Yo soy el portero, ese que trata de impedir el paso del veneno, no solo el que ingieres por la boca, sino también el que infecta el espíritu: cada palabra mordaz me obliga a combatirla, cada ira contenida me carcome, los inesperados ataques del mundo vienen a golpearme, y yo hago lo que puedo para preservarte, solicitando tu atención con pequeños dolores, aumentando la secreción de mi bilis, almacenando vitaminas. ¡Dame la fuerza suficiente para impedir el paso a los demonios de la gula, de la envidia, de la decepción! No te conviertas en mi enemigo, no me ataques con sustancias que no puedo asimilar, no sólo eres lo que comes sino que también comes lo que eres”.
Toda la energía viscosa y primigenia de su voz se concentró en la glándula pineal, en un triángulo incandescente por el que salió expulsada todo la materia tóxica. Alcancé a dar dos pasos mientras subía la marea interna arrastrando el desastre ecológico, la podredumbre, la contaminación, de esos días. Y vomité, chorros, sólidos y líquidos, hasta llegar a espasmos de hiel y dolor.
Desperté en una habitación. “Otra vez pateando vasos rotos en piezas ajenas” (Luca seguía dictándome inefables palabras). Me asomè por la ventana. Daba a una calle. El cielo plagado de nubes, los edificios parecían moverse con el viento. Ví mi auto estacionado correctamente. Empecé a juntar mis cosas. Mi anfitrión roncaba en sol mayor. Sobre la mesa un libro de Bukowski. Me quedé leyendo y fumando, respirando y callando, entrando y saliendo…
4 comentarios:
Tu texto tiene esa exactitud de la desesperacion, un toque de psicodelia.
Malditos síntomas de la borrachera que nos hace pensar en lo vulnerable de nuestro cuerpo, pero nuestro espíritu es más rebelde, ya que en otra oportunidad pasara la misma escena entre el vaso y el Hombre.
desespero
es una diosa en la mitologia sandmaniana
ultimanmente me visita mucho
odia los espejos
pero ama los vidrios rotos
Jua! me hizo acordar a mis ataques de panico... claro que yo no intento hablar con mis organos, trato de no morirme o de comprender porque siento que me muero, jajaja...
Mira el lado positivo, no te perdiste de nada,la mas grande tenia 17, jua!
Mas vale terminar ebrio y tirado asi... se disfruta mas, queda la anecdota, en cambio, si no hubieses terminado asi, habria sido una noche mas.
Calavera, cuando no solo ois voces sino que ois a tu hígado, empezá a chillar.
Chin chín y salud
Publicar un comentario